Este próximo 11 de septiembre se cumplen 40 años del Golpe Militar que sufrió el gobierno del Presidente Salvador Allende. Una fecha compleja para la historia de nuestro país y en la cual permanece en la memoria de muchos, incluso en la de los Padres pertenecientes a la Congregación de San Columbano.
Hoy, a casi 40 años de esa fecha, son precisamente ellos quienes nos relatan cómo vivieron esos días y de qué forma se vieron relacionados directa o indirectamente con los hechos que sucedieron tras el 11 de septiembre de 1973.
El padre Miguel Hoban recuerda que este año ejercía como vicario parroquial de la Parroquia Santa Catalina en Ñuñoa, al lado del Estadio Nacional, situación que lo acercó a interactuar con muchas personas que buscaban a familiares que habían sido detenidos y llevados al Estadio Nacional.
«Vimos gente corriendo y arrancando de lo que estaba ocurriendo. Nosotros no escondimos a nadie, pero tuvimos a varias personas que conversaron con nosotros para buscar parientes porque vivimos cerca del Estadio Nacional. Me daban algunos nombres, porque ellos pensaban que su gente podía haber estado ahí y lo que yo hacía era ir a preguntar y tratar de ver a esa persona. Fui donde los militares, pero no me dejaron entrar, incluso uno me dijo, que «si tu entras no sales».
Padre Miguel recuerda además que en varias ocasiones tuvieron que lidiar con allanamientos por parte de los militares: «Tuvimos varios allanamientos de nuestros departamentos para ver lo que teníamos, y como era un departamento chico no encontraron nada. En ese tiempo también estábamos construyendo unas salas y ahí también allanaron el lugar y cuando yo vi, tenían a todos los trabajadores contra la pared».
Consultado por la participación de los Padres Columbanos en esa época, padre Miguel recuerda su casio particular relatando que «desde ese momento, estábamos apoyando a la iglesia por la paz. Todo eso comenzó el esfuerzo con los comedores, porque antes de eso no teníamos nada. Después de un año nos dimos cuenta que había gente que no tenía trabajo y comenzamos a instalar comedores. Nosotros estábamos en la Villa Olímpica y era muy especial porque habían un par de bloques que eran de militares y por eso fue una población muy resguardada por ellos mismo».
En su relato, se confirma la división que existió en el país, ya que «había un ambiente de mucha tensión, fue una población muy dividida, porque había gente a favor y en contra de lo que estaba ocurriendo. Era difícil, porque si tu decías algo de los pobres se pensaba que estabas a favor de la Unidad Popular y si decías algo de la democracia se pensaba que estabas en contra. Estaba todo muy dividido. Uno tenía que caminar con mucho tino, el párroco trataba de hacerlo, pero también había que predicar lo que decía la iglesia. Todos los días en esa parroquia había un campamento afuera que fue allanado, personas de la misma parroquia fueron allanados y llevados presos».
Otro sacerdote que quiso compartir sus recuerdos de esa época fue el padre Patricio Egan, quien se atreve a señalar que «todo esto empezó para mí el año de la toma de la Universidad Católica en el 67 con Frei padre. De ahí vino una cosa tras otra, de ahí se tomaron la catedral. Esto duro 6 años y el golpe fue la culminación de todo lo que había ocurrido, porque se había llegado a una calle sin salida».
De esos días, padre Patricio tiene varios recuerdos, como su amistad con «un joven que había conocido en San Antonio, Jorge González, que era gendarme en un cárcel, pero era comunista y católico y en su momento había organizado un sindicato entre los gendarmes. Cuando vino el golpe pensó que podría tener problema. Se fue a Limache a la casa de sus papas y al tiempo volvió a su trabajo. Ahí encontró a un amigo demócrata cristiano y le dijo «pero como volviste, ándate de aquí lo antes posible, porque todos tenemos orden de detenerte por la fuerza si es necesario», Así llegó a la parroquia de Lo Prado y lo tuve escondido por unos días, pero alguien vio algo en la casa y un día que andaba en el centro revisaron la casa y no encontraron a nadie. Ahí lo lleve a la Casa Central y de ahí lo metimos en la embajada de México. Después se fue a Polonia, le dieron trabajo y después dejaron salir a su esposa e hija de forma normal. Estuvo ahí hasta el final del gobierno militar y volvió a Chile y ahora trabaja en el Hogar de Cristo».
En lo personal, padre patricio reconoce que «uno andaba con miedo y cuando volví encontré la casa patas para arriba y nos dijeron que había llegado los militares. Había algún miramiento con los sacerdotes, pero no tanto por ser extranjeros, sino porque estábamos en la acción social. Yo había organizado un club de abstemios y no tuvimos problemas de reunirnos, porque era apolítico, un tratamiento contra el alcohol».
Esas acciones se fueron replicando en otras partes de Santiago, y sobre todo con el correr de los años. Según nos cuenta el Padre Patricio, «después fui a Conchalí en año 76. Ahí tuvimos grupos de catequesis que se reunieron con permiso de nosotros en la casa, para no mandar listas a los militares de las reuniones. Era muy difícil trabajar con la juventud en ese momento, pero fue así como surgieron grupos de música, de teatro».
Padre Patricio afirma que otra situación compleja de la época para desarrollar su trabajo fue que «la gente de la parroquia se había dividido, entre los comunistas, socialistas y el mapu. Era un grupo muy bueno de teatro y folcklore, pero fue la forma que encontraron para cuidarse de todo lo que estaba ocurriendo, sobre todo la parte partidista».