La experiencia de Gonzalo Bórquez, un seminarista en Corea

Fue en el año 2006 cuando Gonzalo Bórquez ingresó a la Formación de los Sacerdotes Misioneros de San Columbano, fecha de inicio de una aventura que quizás no buscó, pero que si tenía un objetivo claro: Ser sacerdote misionero.
Como parte de su formación, el programa exige que los seminaristas estén dos años en el extranjero y fue así como Gonzalo llegó a Corea, un país, que según sus propias palabras "pensé que conocía, pero cuando llegué me di cuenta que no conocía ni el 1%".
"Siempre soñé con venir a Asia y en el año 2012 fui enviado a Corea como parte del programa de formación, donde a los estudiantes los mandan por dos años a un determinado país. Ahí estuve en Seúl el primer año, estudiando el idioma, que fue muy complicado, porque trae consigo algo de soledad", relata Bórquez.
Después de ese primer año, debía comenzar la segunda etapa del programa, esto es realizar pastorales y fue ese momento, donde tomó la decisión de dejar Seúl para ir a un pueblo alejado del centro, como lo es Mokpo. "Después del primer año, comenzamos a hacer Pastorales, que es la segunda parte del programa y la mejor forma de tener la posibilidad de hacerlo era comenzar desde la periferia, hacia el centro, considerando que a mi llegada estuve en Seúl. Fue así como pedí que me enviaran a Mokpo".
Ahí, Gonzalo trabaja en la Parroquía y en el Centro para Personas con Capacidades Diferentes, pero cuando llegó a esa ciudad se encontró con una nueva complicación: el idioma, "porque no es el mismo coreano que te enseñan en la Universidad y así como tenemos chilenismos en el país, acá es lo mismo y ellos hablan a través del "satori". Tuve que estudiar nuevamente el idioma, los dichos y fue complejo en este instante, pero hoy ya lo conozco e incluso lo utilizo a diario".
La soledad es una constante en la vida de algunos sacerdotes misioneros, más aun cuando están en un país, donde la cultura es totalmente diferente. "Yo acá vivo solo. Soy el único columbano que está acá y el único contacto es a través de la hermana Geraldine, pero para mí lo importante es esta es la primera parroquia que hicieron los Columbanos en Corea y fue acá en Mopko Eso me llena de orgullo, estar viendo 80 años después lo que hicieron los Columbanos y de alguna forma me siento responsable y el guardián de todo esto".
Pero Gonzalo disfruta cada momento de su formación y de paso lo ve como una etapa de aprendizaje y crecimiento, ya que la experiencia de trabajar en el Centro para Personas con Capacidades Diferentes ha sido "todo un reto, porque es un descubrir constante, aprender a tratarlos, leer sus lenguajes corporales y ser más sensible, porque no se les puede tratar como uno lo hace con un amigo. Aquí ves como la misión te va cambiando, vas descubriendo cosas día a día. Esta experiencia solo se vive, se comparte, se ríe, juegas, trabajas, motivas, ayudas, pero cada día que pasa te vas dando cuenta que eres más libre. Te libera el estar con otro, sacar dones que tenías y que uno nunca vio, y lo haces de forma consciente".
A Gonzalo aún le quedan cinco meses en Corea y tras ello debe volver a nuestro país para terminar sus estudios de Teología, sin embargo en la despedida confiesa que "espero volver a Corea, porque ha sido experiencia gratísima, aprendiendo una nueva cultura, a hacer reverencias para los saludos, comer en el suelo hasta en el restaurant más elegante, y también a respetar a los mayores con gestos que uno debe hacer en momentos tan simples como por ejemplo servir una bebida. Ahora conozco un poco de Corea".   Visita nuestro álbum de fotos en Facebook

Fue en el año 2006 cuando Gonzalo Bórquez ingresó a la Formación de los Sacerdotes Misioneros de San Columbano, fecha de inicio de una aventura que quizás no buscó, pero que si tenía un objetivo claro: Ser sacerdote misionero.
Como parte de su formación, el programa exige que los seminaristas estén dos años en el extranjero y fue así como Gonzalo llegó a Corea, un país, que según sus propias palabras «pensé que conocía, pero cuando llegué me di cuenta que no conocía ni el 1%».
«Siempre soñé con venir a Asia y en el año 2012 fui enviado a Corea como parte del programa de formación, donde a los estudiantes los mandan por dos años a un determinado país. Ahí estuve en Seúl el primer año, estudiando el idioma, que fue muy complicado, porque trae consigo algo de soledad», relata Bórquez.
Después de ese primer año, debía comenzar la segunda etapa del programa, esto es realizar pastorales y fue ese momento, donde tomó la decisión de dejar Seúl para ir a un pueblo alejado del centro, como lo es Mokpo. «Después del primer año, comenzamos a hacer Pastorales, que es la segunda parte del programa y la mejor forma de tener la posibilidad de hacerlo era comenzar desde la periferia, hacia el centro, considerando que a mi llegada estuve en Seúl. Fue así como pedí que me enviaran a Mokpo».
Ahí, Gonzalo trabaja en la Parroquía y en el Centro para Personas con Capacidades Diferentes, pero cuando llegó a esa ciudad se encontró con una nueva complicación: el idioma, «porque no es el mismo coreano que te enseñan en la Universidad y así como tenemos chilenismos en el país, acá es lo mismo y ellos hablan a través del «satori». Tuve que estudiar nuevamente el idioma, los dichos y fue complejo en este instante, pero hoy ya lo conozco e incluso lo utilizo a diario».
La soledad es una constante en la vida de algunos sacerdotes misioneros, más aun cuando están en un país, donde la cultura es totalmente diferente. «Yo acá vivo solo. Soy el único columbano que está acá y el único contacto es a través de la hermana Geraldine, pero para mí lo importante es esta es la primera parroquia que hicieron los Columbanos en Corea y fue acá en Mopko Eso me llena de orgullo, estar viendo 80 años después lo que hicieron los Columbanos y de alguna forma me siento responsable y el guardián de todo esto».
Pero Gonzalo disfruta cada momento de su formación y de paso lo ve como una etapa de aprendizaje y crecimiento, ya que la experiencia de trabajar en el Centro para Personas con Capacidades Diferentes ha sido «todo un reto, porque es un descubrir constante, aprender a tratarlos, leer sus lenguajes corporales y ser más sensible, porque no se les puede tratar como uno lo hace con un amigo. Aquí ves como la misión te va cambiando, vas descubriendo cosas día a día. Esta experiencia solo se vive, se comparte, se ríe, juegas, trabajas, motivas, ayudas, pero cada día que pasa te vas dando cuenta que eres más libre. Te libera el estar con otro, sacar dones que tenías y que uno nunca vio, y lo haces de forma consciente».
A Gonzalo aún le quedan cinco meses en Corea y tras ello debe volver a nuestro país para terminar sus estudios de Teología, sin embargo en la despedida confiesa que «espero volver a Corea, porque ha sido experiencia gratísima, aprendiendo una nueva cultura, a hacer reverencias para los saludos, comer en el suelo hasta en el restaurant más elegante, y también a respetar a los mayores con gestos que uno debe hacer en momentos tan simples como por ejemplo servir una bebida. Ahora conozco un poco de Corea».

 

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