Testimonio de los Laicos Misioneros en la ayuda a Valparaíso

En estos tiempos difíciles, cuando hablamos de damnificados, primero por el terremoto que afecto al norte de Chile y después por el incendio de Valparaíso, me preguntaba cómo vivir la gran alegría de la Fiesta de Pascua, encontrándote con esas miradas perdidas de las personas que están en los centros de acopio, sin creer todavía lo que ha pasado, de esa pesadilla que quisieran despertar, eso me inquietaba ¿cómo celebrar? Al caminar con nuestras palas, mascarillas y guantes, Dios me fue dando respuestas por esas largas escaleras para subir el cerro, que te dejaban sin respiración, te encontrabas con una voz desconocida que te decía “ánimo falta poco” y con manos de niños, que con generosidad y dando gracias porque ellos tenían su casa, te ofrecían agua que querían compartir, seguir el camino hacia Jesucristo compartiendo esa cruz, con esperanza, con la alegría de la solidaridad desde el corazón, de la empatía de ver tanta gente unidos por la misma causa, “dar, siempre dar, hasta que se nos caigan los brazos de cansancio”, como decía el Padre Alberto Hurtado, todos trabajando, haciendo cadenas para limpiar un lugar que antes había sido una casa, que no sabíamos de quién era. Me llego mucho lo que vivimos, no importa para quien, solo ayudar.
No importaba quien eras, lo importante es trabajar juntos compartiendo esa botella de agua o esos pancitos o el café que alguien aparecía ofreciendo. Como no encontrar a Dios en esos momentos, a un Jesús vivo que está entre nosotros cara a cara, donde todos estábamos iguales con la cara tiznada, llenos de tierra y que nos costaba respirar, pero ayudando a llevar esa cruz de amor. Me dio mucha alegría de ver esa entrega de tantos jóvenes, sentir la esperanza fraterna con mucha Fe. Bernardita Donoso.   Más fotografías

En estos tiempos difíciles, cuando hablamos de damnificados, primero por el terremoto que afecto al norte de Chile y después por el incendio de Valparaíso, me preguntaba cómo vivir la gran alegría de la Fiesta de Pascua, encontrándote con esas miradas perdidas de las personas que están en los centros de acopio, sin creer todavía lo que ha pasado, de esa pesadilla que quisieran despertar, eso me inquietaba ¿cómo celebrar?

Al caminar con nuestras palas, mascarillas y guantes, Dios me fue dando respuestas por esas largas escaleras para subir el cerro, que te dejaban sin respiración, te encontrabas con una voz desconocida que te decía “ánimo falta poco” y con manos de niños, que con generosidad y dando gracias porque ellos tenían su casa, te ofrecían agua que querían compartir, seguir el camino hacia Jesucristo compartiendo esa cruz, con esperanza, con la alegría de la solidaridad desde el corazón, de la empatía de ver tanta gente unidos por la misma causa, “dar, siempre dar, hasta que se nos caigan los brazos de cansancio”, como decía el Padre Alberto Hurtado, todos trabajando, haciendo cadenas para limpiar un lugar que antes había sido una casa, que no sabíamos de quién era. Me llego mucho lo que vivimos, no importa para quien, solo ayudar.

No importaba quien eras, lo importante es trabajar juntos compartiendo esa botella de agua o esos pancitos o el café que alguien aparecía ofreciendo. Como no encontrar a Dios en esos momentos, a un Jesús vivo que está entre nosotros cara a cara, donde todos estábamos iguales con la cara tiznada, llenos de tierra y que nos costaba respirar, pero ayudando a llevar esa cruz de amor.

Me dio mucha alegría de ver esa entrega de tantos jóvenes, sentir la esperanza fraterna con mucha Fe.

Bernardita Donoso.

 

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