Testimonio misionero P. Pablo Park: «Para vivir como misionero uno no debe darse prisa”

Compartimos el testimoni misionero del padre Pablo Park, quien nos cuenta que "en diciembre de 2010, después del curso básico en Cochabamba, Bolivia, llegué a Chile con dos compañeros, el padre Casimiro y el padre Miguel Hwang. El 18 de diciembre, el sábado, el padre Derry me llevó a la casa de Valparaíso donde íbamos a vivir. Fue como las dos de la madrugada, la calle era muy oscura y no se veía nadie, nosotros bajamos juntos y entramos a la casa dejando todas mis cosas en el auto. Durante casi 5 minutos, el padre Derry me mostró dentro de la casa y la habitación en la que iba a quedarme. Después de una conversación corta, fuimos al auto para traer mis cosas. Al llegar al auto, me paré como hielo, ya que el vidrio del auto estaba quebrado y casi todas mis cosas desaparecieron, sucedió sólo en 5 minutos. Después de amanecer, el padre Derry les avisó a los agentes pastorales de la comunidad para que pudieran buscar las cosas que se robaron. Algunas personas encontraron en el sendero de los cerros las cosas que no fueron útil para los chilenos, como los libros coreanos y ropa interior usada. Estaban dispersos a trechos. La ropa útil, los zapatos y otras cosas provechosos fueron robados casi todo. Fue muy difícil escapar de este choque". “Ellos eran las ovejas perdidas”. Después de la escuela de verano y las vacaciones, se calmaba poco a poco el susto que tenía en mi corazón. Entonces preguntaba a Dios: “¿Qué cosa podría hacer? No puedo hablar ni escuchar bien castellano. Entonces, ¿qué es lo que puedo hacer aquí y ahora?” En ese tiempo, en la comunidad de Valparaíso, no había tanta actividad. Había dos misas en la semana, el miércoles y el jueves, y dos misas dominicales. Entonces decidí visitar las casas del sector. Dos o tres veces a la semana visitaba a las casas en la tarde, tocando la puerta, presentándome, alguien me aceptaba con una bienvenida pidiendo bendición de casa y alguien se negaba a mi visita. Un día de la Semana Santa, cuando iba a visitar a un enfermo, algunos jóvenes que estaban fumando “porritos” y tomando licores me llamaron, aunque tenía un poco de miedo, fui allá. Ellos me preguntaron: “¿Es sacerdote católico?” Le dije: “Si.” Y les pregunté: “¿Qué están haciendo?” Me respondieron: “Nada. Sólo estamos disfrutando algo.” A pesar de que no pudiera hablar castellano bien, les dije: “Bueno, jóvenes. Este momento que pasamos es la semana Santa. Un tiempo de conversión para regresar al corazón de Dios. No puedo decirles a ustedes que dejen fumar y tomar. No tengo derecho de decirlo. Sin embargo, durante este tiempo, ojalá que puedan reflexionar su vida y su futuro en Dios. Entonces, si es posible, quisiera rezar con ustedes.” Asombrosamente, ellos me escucharon con atención y respeto y me aceptaron. Nosotros rezamos el padre nuestro y Ave María tomándonos de las manos. Al regresar a la casa, me sorprendí de que ellos sabían las oraciones. Exactamente ellos eran las ovejas perdidas. Al día siguiente, cuando iba a visitar a un enfermo, como el día anterior, me encontré en la calle con unas jóvenes, una de ellas me preguntó: “Es sacerdote católico, ¿no?” Les dije: “Si, ¿qué cosa?” Me dijo: “Ayer, escuché que mi pololo y sus amigos rezaron contigo y recibieron la bendición de usted. Así que queremos recibir también la bendición.” “Para vivir como misionero uno no debe darse prisa”. Una de la experiencia más significativa y buena fue visitar las casas, "Sin embargo, sin darme cuenta, creció gradualmente la jactancia o arrogancia en mi corazón. Yo quería entrar al centro de la comunidad lo más pronto posible. Quería aprender la cultura chilena como lo hablan y hacen los chilenos, adaptándome y practicando con la gente. De este tiempo aprendí una enseñanza importante, que para vivir como misionero no debe uno darse prisa, tiene que tener una perspectiva amplia y respirar lento". “Desde entonces yo podía sentir alegría y felicidad de vivir como un misionero”. En diciembre de 2011, el padre Pablo llega a Alto Hospicio, donde "el padre Miguel Howe y el padre Sean me acogieron con mucho cariño. Aunque yo era inmaduro, me trataban como compañero y me enseñaban con la manera indirecta invitándome y acompañándome. Los agentes pastorales de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús no tenían tantas cosas, pero sus corazones fueron muy afectuosos y cariñosos. Ellos me invitaban a su casa a tomar once y a compartir algo. Aunque soy extranjero “chinito”, me aceptaron acogedoramente y me dieron mucho afecto sin discriminación". Cuenta el padre Pablo que, "un día estaba conversando con una señora tomando oncesita en su casa y le dije a ella sobre mi dificultad de tener paciencia, ya que acostumbrarse a la vida chilena aún me costaba. Además a veces por falta de habilidad en hablar y de escuchar tenía mal entendimiento en la conversación con la gente. Sin aviso, el estrés venía a mí y crecía poco a poco sin darme cuenta. Y ella me dijo: “Si, padre. Entiendo lo que dice usted. Sin embargo, así como usted debe tener paciencia, a la vez, nosotros también debemos tener paciencia para escucharlo y entenderlo. O sea, usted y los chilenos deben tener paciencia juntos.” Al escucharla, me di cuenta que yo pensaba sólo en mí, sin considerar a otras personas. Por esta conversación corta podía reflexionar sobre mí mismo por haber tenido una perspectiva estrecha". Con el paso del tiempo, la herida profunda de mi corazón se recuperaba despacio por el amor de Dios que está vivo en su pueblo y poco a poco podía abrir mi corazón a los demás con confianza.Además allí yo me realcioné con algunas familias chilenas en las cuales puedo quedarme con tranquilidad y con confianza. Todavía tengo contacto con la gente de Alto Hospicio y aún ella me da mucho cariño. El corazón que se dañó por la gente se recuperó también por la gente. La confianza que se perdió por la gente se encontró también por la gente. La esperanza que se desapareció por la gente se apareció también por la gente. De esta manera, podía aprender y experimentar un poco del gusto de ser misionero dentro del pueblo de Dios. Es decir, desde entonces yo podía sentir alegría y felicidad de vivir como un misionero. “Dios vive con la gente”. Después de las vacaciones de fiestas patria, la región de Chile lo nombró a la parroquia San Matías de Puente Alto. "En realidad, la vida de Puente Alto era más dinámica que otras. Aparentemente se ve tranquila, sin embargo, por dentro hay varias actividades desde niños hacia adultos mayores. Los agentes pastorales son muy comprometidos y responsables en sus servicios. Desde luego, algunas comunidades son más precarias materialmente y necesitan más ayuda de toda clase. Sin embargo ellos sirven a los demás colaborando mutuamente con lo que tienen y la alegría que viene del corazón profundo por la gracia del Señor. Yo podía aprender también de ellos. Ellos son un buen ejemplo". Por las obras de la gente, podía sentir la presencia de Dios que vive dentro de su pueblo. Estas experiencias que ocurren en mi vida diaria me daban energía e inspiración especial. Exactamente, la energía para vivir como misionero viene no sólo de Dios, sino también de la gente, ya que Dios vive con la gente. Además la fraternidad de los padres con los cuales vivía yo, me ayudaba mucho para madurar y mí crecimiento interior. Por la convivencia con los padres podía compartir lo que pensaba y tenía en mi corazón con confianza. De vez en cuando, teníamos conflicto por la diferencia entre sí, como una de cal y otra de arena, pero es normal en la sociedad humana. Lo importante es expresar lo que se tiene en el corazón y explicar lo que piensa, ya que somos diferentes y distintos, si no, va a amontonarse insatisfacción en el corazón y algún día, de repente, va a explotar como bomba. Nadie es perfecto. Todos somos humanos e imperfectos. Sólo es contraproducente cuando alguien tenga pensamiento que él mismo es superior que otros, como dicen los chilenos “se cree la muerte”. Por haber vivido en la parroquia San Matías, mi vida ha sido más abundante y aún sigue siendo y creciendo. Muchas gracias.

Compartimos el testimoni misionero del padre Pablo Park, quien nos cuenta que «en diciembre de 2010, después del curso básico en Cochabamba, Bolivia, llegué a Chile con dos compañeros, el padre Casimiro y el padre Miguel Hwang. El 18 de diciembre, el sábado, el padre Derry me llevó a la casa de Valparaíso donde íbamos a vivir. Fue como las dos de la madrugada, la calle era muy oscura y no se veía nadie, nosotros bajamos juntos y entramos a la casa dejando todas mis cosas en el auto. Durante casi 5 minutos, el padre Derry me mostró dentro de la casa y la habitación en la que iba a quedarme. Después de una conversación corta, fuimos al auto para traer mis cosas. Al llegar al auto, me paré como hielo, ya que el vidrio del auto estaba quebrado y casi todas mis cosas desaparecieron, sucedió sólo en 5 minutos. Después de amanecer, el padre Derry les avisó a los agentes pastorales de la comunidad para que pudieran buscar las cosas que se robaron. Algunas personas encontraron en el sendero de los cerros las cosas que no fueron útil para los chilenos, como los libros coreanos y ropa interior usada. Estaban dispersos a trechos. La ropa útil, los zapatos y otras cosas provechosos fueron robados casi todo. Fue muy difícil escapar de este choque».

“Ellos eran las ovejas perdidas”.

Después de la escuela de verano y las vacaciones, se calmaba poco a poco el susto que tenía en mi corazón. Entonces preguntaba a Dios: “¿Qué cosa podría hacer? No puedo hablar ni escuchar bien castellano. Entonces, ¿qué es lo que puedo hacer aquí y ahora?”

En ese tiempo, en la comunidad de Valparaíso, no había tanta actividad. Había dos misas en la semana, el miércoles y el jueves, y dos misas dominicales. Entonces decidí visitar las casas del sector. Dos o tres veces a la semana visitaba a las casas en la tarde, tocando la puerta, presentándome, alguien me aceptaba con una bienvenida pidiendo bendición de casa y alguien se negaba a mi visita.

Un día de la Semana Santa, cuando iba a visitar a un enfermo, algunos jóvenes que estaban fumando “porritos” y tomando licores me llamaron, aunque tenía un poco de miedo, fui allá.

Ellos me preguntaron: “¿Es sacerdote católico?”

Le dije: “Si.” Y les pregunté: “¿Qué están haciendo?”

Me respondieron: “Nada. Sólo estamos disfrutando algo.”

A pesar de que no pudiera hablar castellano bien, les dije: “Bueno, jóvenes. Este momento que pasamos es la semana Santa. Un tiempo de conversión para regresar al corazón de Dios. No puedo decirles a ustedes que dejen fumar y tomar. No tengo derecho de decirlo. Sin embargo, durante este tiempo, ojalá que puedan reflexionar su vida y su futuro en Dios. Entonces, si es posible, quisiera rezar con ustedes.” Asombrosamente, ellos me escucharon con atención y respeto y me aceptaron. Nosotros rezamos el padre nuestro y Ave María tomándonos de las manos.

Al regresar a la casa, me sorprendí de que ellos sabían las oraciones. Exactamente ellos eran las ovejas perdidas. Al día siguiente, cuando iba a visitar a un enfermo, como el día anterior, me encontré en la calle con unas jóvenes, una de ellas me preguntó: “Es sacerdote católico, ¿no?”

Les dije: “Si, ¿qué cosa?”

Me dijo: “Ayer, escuché que mi pololo y sus amigos rezaron contigo y recibieron la bendición de usted. Así que queremos recibir también la bendición.”

“Para vivir como misionero uno no debe darse prisa”.

Una de la experiencia más significativa y buena fue visitar las casas, «Sin embargo, sin darme cuenta, creció gradualmente la jactancia o arrogancia en mi corazón. Yo quería entrar al centro de la comunidad lo más pronto posible. Quería aprender la cultura chilena como lo hablan y hacen los chilenos, adaptándome y practicando con la gente. De este tiempo aprendí una enseñanza importante, que para vivir como misionero no debe uno darse prisa, tiene que tener una perspectiva amplia y respirar lento».

“Desde entonces yo podía sentir alegría y felicidad de vivir como un misionero”.

En diciembre de 2011, el padre Pablo llega a Alto Hospicio, donde «el padre Miguel Howe y el padre Sean me acogieron con mucho cariño. Aunque yo era inmaduro, me trataban como compañero y me enseñaban con la manera indirecta invitándome y acompañándome. Los agentes pastorales de la parroquia Sagrado Corazón de Jesús no tenían tantas cosas, pero sus corazones fueron muy afectuosos y cariñosos. Ellos me invitaban a su casa a tomar once y a compartir algo. Aunque soy extranjero “chinito”, me aceptaron acogedoramente y me dieron mucho afecto sin discriminación».

Cuenta el padre Pablo que, «un día estaba conversando con una señora tomando oncesita en su casa y le dije a ella sobre mi dificultad de tener paciencia, ya que acostumbrarse a la vida chilena aún me costaba. Además a veces por falta de habilidad en hablar y de escuchar tenía mal entendimiento en la conversación con la gente. Sin aviso, el estrés venía a mí y crecía poco a poco sin darme cuenta. Y ella me dijo: “Si, padre. Entiendo lo que dice usted. Sin embargo, así como usted debe tener paciencia, a la vez, nosotros también debemos tener paciencia para escucharlo y entenderlo. O sea, usted y los chilenos deben tener paciencia juntos.” Al escucharla, me di cuenta que yo pensaba sólo en mí, sin considerar a otras personas. Por esta conversación corta podía reflexionar sobre mí mismo por haber tenido una perspectiva estrecha».

Con el paso del tiempo, la herida profunda de mi corazón se recuperaba despacio por el amor de Dios que está vivo en su pueblo y poco a poco podía abrir mi corazón a los demás con confianza.Además allí yo me realcioné con algunas familias chilenas en las cuales puedo quedarme con tranquilidad y con confianza. Todavía tengo contacto con la gente de Alto Hospicio y aún ella me da mucho cariño.

El corazón que se dañó por la gente se recuperó también por la gente.

La confianza que se perdió por la gente se encontró también por la gente.

La esperanza que se desapareció por la gente se apareció también por la gente.

De esta manera, podía aprender y experimentar un poco del gusto de ser misionero dentro del pueblo de Dios. Es decir, desde entonces yo podía sentir alegría y felicidad de vivir como un misionero.

“Dios vive con la gente”.

Después de las vacaciones de fiestas patria, la región de Chile lo nombró a la parroquia San Matías de Puente Alto. «En realidad, la vida de Puente Alto era más dinámica que otras. Aparentemente se ve tranquila, sin embargo, por dentro hay varias actividades desde niños hacia adultos mayores. Los agentes pastorales son muy comprometidos y responsables en sus servicios. Desde luego, algunas comunidades son más precarias materialmente y necesitan más ayuda de toda clase. Sin embargo ellos sirven a los demás colaborando mutuamente con lo que tienen y la alegría que viene del corazón profundo por la gracia del Señor. Yo podía aprender también de ellos. Ellos son un buen ejemplo».

Por las obras de la gente, podía sentir la presencia de Dios que vive dentro de su pueblo. Estas experiencias que ocurren en mi vida diaria me daban energía e inspiración especial. Exactamente, la energía para vivir como misionero viene no sólo de Dios, sino también de la gente, ya que Dios vive con la gente. Además la fraternidad de los padres con los cuales vivía yo, me ayudaba mucho para madurar y mí crecimiento interior. Por la convivencia con los padres podía compartir lo que pensaba y tenía en mi corazón con confianza. De vez en cuando, teníamos conflicto por la diferencia entre sí, como una de cal y otra de arena, pero es normal en la sociedad humana. Lo importante es expresar lo que se tiene en el corazón y explicar lo que piensa, ya que somos diferentes y distintos, si no, va a amontonarse insatisfacción en el corazón y algún día, de repente, va a explotar como bomba. Nadie es perfecto. Todos somos humanos e imperfectos. Sólo es contraproducente cuando alguien tenga pensamiento que él mismo es superior que otros, como dicen los chilenos “se cree la muerte”.

Por haber vivido en la parroquia San Matías, mi vida ha sido más abundante y aún sigue siendo y creciendo.

Muchas gracias.