Compartimos este testimonio de Salustino Villalobos, publicado originalmente en inglés en Columban.org, quien se encuentra viviendo en este tiempo de formación en Taiwán. Salustino vivió parte de su proceso formativo en nuestro país.
Por Salustino Villalobos Mondragón
Traducción: Kevin Sheerin
El centro de desarrollo de Ai Jia fue fundado por la diócesis católica de Hsinchu en Taiwán con el fin de ayudar y apoyar a estudiantes adultos con discapacidades mentales. En Taiwán como en muchos otros países, esas personas no están consideradas como importantes, por lo que no hay suficientes subsidios sociales para cubrir sus necesidades diarias. Llevo más de seis meses trabajando como voluntario en el centro, y he tenido una experiencia muy fructífera. Al principio tuve algunas dificultades, pero paso a paso podía disfrutar de mi tiempo en el centro.
Cuando empecé mi trabajo como voluntario, sentía que no podía comunicarme bien en chino con los profesores y los estudiantes. Fue necesario hablar con los profesores sobre las actividades cotidianas de los estudiantes, pero no podía entender de qué me estaban hablando, lo que me hacía sentir triste y agotado. También tuve que hablar con los estudiantes, y sentía que no entendían mi chino. En esa etapa, no tenía ninguna confianza en mí mismo, incluso con palabras simples. Por otra parte, en mis actividades diarias no tenía a nadie con quien hablar en inglés, así que no tuve otra opción que hablar chino. Lo que aprendí de esta experiencia es que el lenguaje hablado no es la única manera de comunicarse. Por ejemplo, los estudiantes a menudo mostraban sus sentimientos en sus expresiones faciales o gestos
Al principio no me sentía nada cómodo con los estudiantes. Aunque en teoría entendía que los estudiantes en el centro eran iguales que yo en nuestra dignidad como personas, al mismo tiempo no podía sentir que éramos iguales. Sentía que yo era normal y ellos no. Sentía ser mejor por ser normal. Esos sentimientos no me ayudaron. Me hicieron crear un obstáculo entre yo y los estudiantes.
Para entender que son iguales que yo, sentí la necesidad de quedarme, pasar tiempo y compartir con ellos. Cuando empecé a aprender los nombres de los estudiantes, ellos empezaron a acostumbrarse a mí, y eso me ayudó a derribar las barreras de perjuicio que había construido entre nosotros. Comencé a sentirme más cómodo con los estudiantes y a disfrutar de mi tiempo entre ellos. Tras esta experiencia me di cuenta que somos iguales.
Las barreras que yo había creado entre ser normal y anormal desaparecieron, y había solamente gente. Cambió completamente mi percepción de quién es normal y quién no. No soy mejor que ellos. Mi interacción diaria con los estudiantes me desafió y me ayudó a cambiar mi mentalidad previa.
Con ese cambio en mí mismo, supe que podía aprender de los estudiantes. Puesto que había sacado dos títulos en la universidad, pensé que podría enseñarles, y yo podría aprender solamente de la gente que tenía más formación académica que yo. Sin embargo, los estudiantes me han estado enseñando. Una de las cosas que he aprendido de los estudiantes es apreciar las cosas simples. Los estudiantes del Centro disfrutan de actividades tales como una excursión a un parque. Solía pensar que no hay nada especial en este tipo de actividad ordinaria. Para apreciar una actividad tenía que ser extraordinaria. Ahora, puedo afirmar que he aprendido que la vida tiene un montón de cosas simples que lo hacen extraordinaria. Sin embargo, no es fácil poner esto en práctica. Esto significa que debo apreciar todo lo que hago, como dar un paseo o sentarme en un parque tomando una bebida y una colación. Estas actividades pueden ser tan significativas para mí como lo son para los estudiantes. Los estudiantes han sido mis maestros, y estoy agradecido por todo lo que he aprendido de ellos.
Los estudiantes tienen claras prioridades que siempre incluyen a otros. Por ejemplo, en nuestra hora de oración en el Centro, los estudiantes siempre rezaban por sus parientes cercanos, sus profesores, el personal y los otros estudiantes. Esto me hizo pensar que yo también debo preocuparme de la gente que me rodea. Los estudiantes me hicieron saber que no puedo ser individualista. Otros deben estar presentes en mi vida cotidiana.
En realidad, cuidar a los demás es una de las partes más importantes de mi fe católica, pero no puede ser limitado solamente a personas de mi propia condición. No es necesario que uno sea católico para ser abierto y solidario a los demás. Los estudiantes del Centro de Ai Jia me lo mostraron porque vienen de distintas religiones.
Durante mi tiempo en el Centro de Ai Jia me desafiaron a derribar mis prejuicios y a superar las dificultades en comunicarme con los estudiantes y profesores. Me desafiaron a compartir la vida con la gente más vulnerable de nuestra sociedad. Es una invitación constante a ser consciente de lo que representa la gente con discapacidad mental en mi vida cotidiana. Ojalá en el futuro hayan aún más experiencias enriquecedoras que me ayudarán a ser más abierto y libre de prejuicios.