El Papa Francisco, en la 104 Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado, destacó que el Señor nos invita hoy al encuentro, al respeto mutuo y a rezar los unos por los otros: «la invitación es para todos – para el que recibe y el que llega – y es oportunidad para el encuentro personal con Jesucristo»
El Obispo de Roma empezó su homilía, en la Santa Misa, en la Basílica de San Pedro, dirigiéndose a sus invitados especiales.
Como informó la Oficina de Prensa de la Santa Sede, estaban representados 49 países, de procedencia de los migrantes y refugiados, que acudieron con sus banderas respectivas, sus trajes, cantos y música tradicionales:
«Este año he querido celebrar la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado con una Misa a la que estáis invitados especialmente vosotros, migrantes, refugiados y solicitantes de asilo. Algunos acabáis de llegar a Italia, otros lleváis muchos años viviendo y trabajando aquí, y otros constituís las llamadas “segundas generaciones”.
Para todos ha resonado en esta asamblea la Palabra de Dios, que nos invita hoy a profundizar la especial llamada que el Señor dirige a cada uno de nosotros».
Con las palabras de Jesús: «Venid y veréis» (Jn 1, 39) que abren a «un encuentro personal», que encierra un «tiempo adecuado para acoger, conocer y reconocer al otro», el Papa recordó su mensaje:
«En el mensaje para la Jornada de hoy escribí: «Cada forastero que llama a nuestra puerta es una ocasión de encuentro con Jesucristo, que se identifica con el extranjero acogido o rechazado en cualquier época de la historia (cf. Mt 25,35.43)».
Y para el forastero, el migrante, el refugiado, el prófugo y el solicitante de asilo, todas las puertas de la nueva tierra son también una oportunidad de encuentro con Jesús. Su invitación «Venid y veréis» se dirige hoy a todos nosotros, a las comunidades locales y a quienes acaban de llegar.
Jesús nos invita superar nuestros miedos, a conocernos y respetarnos
«En el mundo actual, para quienes acaban de llegar, acoger, conocer y reconocer significa conocer y respetar las leyes, la cultura y las tradiciones de los países que los han acogido. También significa comprender sus miedos y sus preocupaciones de cara al futuro.
Para las comunidades locales, acoger, conocer y reconocer significa abrirse a la riqueza de la diversidad sin ideas preconcebidas, comprender los potenciales y las esperanzas de los recién llegados, así como su vulnerabilidad y sus temores».
Reconocer a Jesucristo y proteger, promover e integrar
«El verdadero encuentro con el otro no se limita a la acogida sino que nos involucra a todos en las otras tres acciones que resalté en el Mensaje para esta Jornada: proteger, promover e integrar. Y en el verdadero encuentro con el prójimo, ¿sabremos reconocer a Jesucristo que pide ser acogido, protegido, promovido e integrado? Como nos enseña la parábola evangélica del juicio final: el Señor tenía hambre, sed, estaba desnudo, enfermo, era extranjero y estaba en la cárcel, y fue asistido por algunos, mientras que otros pasaron de largo (cf. Mt 25,31-46). Este verdadero encuentro con Cristo es fuente de salvación, una salvación que debe ser anunciada y llevada a todos»
El encuentro con el Señor y entre los que llegan y acogen se hace oración
Tras señalar la importancia de superar los miedos mutuos, que no son pecado, sino que el pecado es dejar que determinen nuestras respuestas, «alimenten el odio y el rechazo», el Papa alentó a la oración recíproca:
«De este encuentro con Jesús presente en el pobre, en quien es rechazado, en el refugiado, en el solicitante de asilo, nace nuestra oración de hoy. Es una oración recíproca: migrantes y refugiados rezan por las comunidades locales, y las comunidades locales rezan por los que acaban de llegar y por los migrantes que llevan más tiempo residiendo en el país».
María Madre de Dios, de los migrantes y refugiados del mundo y de los que los acogen
«Encomendamos a la maternal intercesión de la Santísima Virgen María las esperanzas de todos los migrantes y refugiados del mundo, y las aspiraciones de las comunidades que los acogen, para que, conforme con el supremo mandamiento divino de la caridad y el amor al prójimo, todos podamos aprender a amar al otro, al extranjero, como nos amamos a nosotros mismos».