Liturgia ecuménica 11 de septiembre, revista «Reflexión y Liberación»

  Invitar a participar en una Liturgia ecuménica en el templo de la Iglesia de San Francisco de la Alameda,  a las 18 horas para conmemorar los 40 años del Golpe Militar en este 11 de septiembre, parecía ser una perfecta osadía. Casi un torpe desafío a la autoridad, que venía publicitando con antelación un incontrolable clima de violencia. Con espíritu profético los organizadores dijeron; no más miedo, porque aquello es herencia de la dictadura; no más encierro, porque aquello es fruto de la destrucción del tejido social realizada en esa oscura época; no más temor en el Chile de hoy. Allá llegaron más de 500 personas. En un ambiente sobrecogedor, se congregaron rabinos, pastores, curas, religiosas y religiosos, fieles por montones, todos recogidos en oración y canto, experimentando con hondura el dolor y el sufrimiento de una tragedia evitable, provocada por la brutal Dictadura Cívico-Militar. Allá llegó gente de paz, sin odios, gente llena de esperanza. Allí estaban, ya ancianos, esos bastiones morales de ayer, que con coraje se enfrentaron a los poderosos de antaño; ahí estaban esos baluartes de la nación recibiendo la gratitud y el reconocimiento de todos. El silencio estremecía las conciencias, asaltada a ratos con espantosos recuerdos, interrumpidos con cantos llenos de esperanza; “todavía cantamos, todavía esperamos …”. Luego, de vuelta a ser estremecidos con imágenes de la bestialidad humana, matizadas ahora con la fuerza de un pueblo valiente, donde las mujeres supieron abrir el camino de la esperanza, contagiando valor y coraje. Allá aparecían los rostros de esos profetas que, empapados de espíritu evangélico, se revistieron de la coraza de la cruz para enfrentar el peligro de las armas y de la tortura, de la desaparición y de la muerte. Con ese telón de fondo, 40 hombres y mujeres mayores se levantaron para encender la esperanza de 40 cirios, que como una posta generacional fueron tomados por 40 jóvenes, que llevaron la luz de Cristo a la calle para iluminar con justicia y paz el futuro de nuestra patria, herida por la maldad humana. La asamblea entera y sobrecogida, siguió la huella de esos jóvenes, para concluir en un emocionado abrazo de hermanos en paz. Fuente: Consejo Editorial de revista "Reflexión y Liberación" 

 

Invitar a participar en una Liturgia ecuménica en el templo de la Iglesia de San Francisco de la Alameda,  a las 18 horas para conmemorar los 40 años del Golpe Militar en este 11 de septiembre, parecía ser una perfecta osadía. Casi un torpe desafío a la autoridad, que venía publicitando con antelación un incontrolable clima de violencia.

Con espíritu profético los organizadores dijeron; no más miedo, porque aquello es herencia de la dictadura; no más encierro, porque aquello es fruto de la destrucción del tejido social realizada en esa oscura época; no más temor en el Chile de hoy.

Allá llegaron más de 500 personas. En un ambiente sobrecogedor, se congregaron rabinos, pastores, curas, religiosas y religiosos, fieles por montones, todos recogidos en oración y canto, experimentando con hondura el dolor y el sufrimiento de una tragedia evitable, provocada por la brutal Dictadura Cívico-Militar.

Allá llegó gente de paz, sin odios, gente llena de esperanza. Allí estaban, ya ancianos, esos bastiones morales de ayer, que con coraje se enfrentaron a los poderosos de antaño; ahí estaban esos baluartes de la nación recibiendo la gratitud y el reconocimiento de todos. El silencio estremecía las conciencias, asaltada a ratos con espantosos recuerdos, interrumpidos con cantos llenos de esperanza; “todavía cantamos, todavía esperamos …”. Luego, de vuelta a ser estremecidos con imágenes de la bestialidad humana, matizadas ahora con la fuerza de un pueblo valiente, donde las mujeres supieron abrir el camino de la esperanza, contagiando valor y coraje. Allá aparecían los rostros de esos profetas que, empapados de espíritu evangélico, se revistieron de la coraza de la cruz para enfrentar el peligro de las armas y de la tortura, de la desaparición y de la muerte.

Con ese telón de fondo, 40 hombres y mujeres mayores se levantaron para encender la esperanza de 40 cirios, que como una posta generacional fueron tomados por 40 jóvenes, que llevaron la luz de Cristo a la calle para iluminar con justicia y paz el futuro de nuestra patria, herida por la maldad humana.

La asamblea entera y sobrecogida, siguió la huella de esos jóvenes, para concluir en un emocionado abrazo de hermanos en paz.

Fuente: Consejo Editorial de revista «Reflexión y Liberación»