Desde 1975 se celebra el 8 de marzo el Día internacional de la mujer. En este día se conmemora la lucha de la mujer por su participación, en pie de igualdad con el hombre, en la sociedad y en su desarrollo íntegro como persona.
¿Pero por qué este día? Porque El 8 de marzo de 1857, las mujeres que trabajaban en la industria textil de Nueva York, en los Estados Unidos, organizaron una protesta. Luchaban contra los salarios bajos y las inhumanas condiciones laborales. Dos años más tarde, también en marzo, estas mujeres crearon su primer sindicato con el fin de protegerse y conseguir ciertos derechos laborales básicos.
El 8 de marzo de 1908, 15.000 mujeres se manifestaron por las calles de Nueva York para exigir un recorte del horario laboral, mejores salarios, el derecho al voto y el fin del trabajo infantil. Desde ahí en adelante muchas mujeres en distintos países comenzaron a exigir sus derechos en estas fechas, en especial después de la muerte de cientos de mujeres quemadas al interior de una fabrica textil en marzo de 1911 debido a las precarias condiciones de trabajo y encierro.
De acuerdo a los datos internacionales las mujeres y las niñas constituyen más de la mitad de la población del mundo, y suelen ser las personas más afectadas, en comparación con los hombres y los niños, por la pobreza, el cambio climático, la inseguridad alimentaria, la falta de atención sanitaria, y las crisis económicas mundiales. Incluso en muchos países son consideradas ciudadanas de 2da clase sin derecho a voto, tierra, participación social o para hacerlo dependen de las decisiones de su padre o esposo.
Por esto, el tema de la desigualdad y la discriminación de género se ha transformado en un tema muy importante, tanto así que la ONU lo ha incorporado como uno de los objetivos esenciales para el desarrollo sostenible de la humanidad y hoy más de 140 países se han comprometido a garantizar la igualdad, el nuestro entre ellos. Sin embargo, a pesar de esto, la discriminación legal y social continúa.
No sacamos nada con tener estos objetivos y acuerdos internacionales si no hay una mirada critica y una disposición nuestra al cambio ya que la discriminación y desigualdad es algo que pasa cotidianamente y lo hacemos hombres y mujeres. Por ejemplo, en nuestras familias aún nos cuesta compartir las tareas del hogar, pareciendo que el aseo, la preocupación por los niños, la cocina, etc. Son cosas que vienen con ser mujer.
A nivel de sociedad seguimos teniendo diferencias de sueldos entre hombres y mujeres que ocupan un mismo cargo o que realizan las mismas tareas y ni que hablar en torno a la participación en cargos políticos o de autoridad en donde menos del 20% son ocupados por mujeres, a pesar de que representan más del 50% de la población y más del 60% del electorado.
Esto pasa también en nuestras iglesias y comunidades en donde los pocos hombres que participan generalmente ocupan cargos en nuestros consejos. También nos pasa con el lenguaje ¿en cuantas comunidades hablamos de hermanos y hermanas? ¿o todos y todas? ¿o solo mencionamos a los hombres? A pesar de que la mayoría de las participantes son mujeres.
Otro ejemplo claro es en la defensa de la vida y la familia: nos es fácil reaccionar y manifestarnos contra el aborto, sin embargo, no ponemos la misma fuerza en luchar contra las normas de salud injusta que permiten que las isapres castiguen a las mujeres con planes de salud más caros por el solo hecho de ser potenciales madres.
Por eso, en este año de la misericordia, donde somos llamadas y llamados a la justicia, a reparar, a consolar y perdonar, no podemos dejar pasar esta oportunidad de reflexionar como comunidad cristiana y sociedad, sobre cómo nos miramos unos a otros, y en especial, cómo hacemos posible que hombres y mujeres podamos sentirnos iguales en dignidad y derechos, realmente como hermanos y hermanas.