Hace algunas semanas atrás acompañe a una amiga a la sala de emergencia de un hospital en Santiago. Pensaba que sería un espera corta, sin embargo, lo que comenzó a las 20:30 termino el día siguiente con mi amiga siendo ingresada para una operación de urgencia.
Durante la espera la sala se veía repleta de gente y me parecía que no todos estaban ahí por atención médica. La verdad fue apareciendo con el paso de las horas; muchos de los sentados en la sala de emergencia eran personas en situación de calle que venían llegando a pasar la noche, escapando del frío que caía en la noche santiaguina. Lo sé porque como las 2 am fui a comprar un té para pasar el frío y el solo hecho de salir de la sala congelaba los huesos.
Las sillas de la sala eran tan incomodas que después de un par de horas, mi espalda estaba lista para ser revisada por un traumatólogo del hospital. Después de un par horas más ya mis piernas estaban entumidas, no sólo por el frío, sino por las incómodas posiciones para acomodarme en esa silla.
Encuentro
La llegada de las personas en situación de calle no dejaba a nadie indiferente, no sólo por su sentido de humor y su libertad de llegar de distintos lugares con sus cartones, colchones y frazadas para armar sus camas en el piso, como si este fuese un hotel de 5 estrellas y en minutos ya se habían entregado a los brazos de morfeo. Claro que nada era al azar, por que había un joven que dirigía mucha operaciones, como era despertarlos cuando llega los voluntarios con comida, té o algo par abrigarse, incluso disponible a ayudar alguna persona que no podía llegar hasta la ventanilla del auxiliar que lo llamaba para seguir con los trámites de atención.
Quizás uno de los ejemplos más claros, fue un señor que llegó ya entrada la madrugada con su perro, el hombre estira sus mantas, cartones al suelo y luego su perro se acuesta haciéndose un ovillo y dándole espacio a su dueño para recostar su cabeza y ambos entrar en un descanso reponedor envidiable a esa hora de la mañana.
Alrededor de las 5 am tuve que volver a casa a buscar unas llaves, el frío era indescriptible, cuando salí de la sala entró por mis narices y boca un aire frío, limpio y que me hacía recordar lo maravilloso que era respirar aire sin aromas, especialmente los aromas de los cuerpos tirados en el suelo durmiendo o aquellos que sentados trataban de conciliar el sueño. Pero bueno, ahí estaba yo con el aire fresco entrando por toneladas por mis narices y me daba una alegría que me hacía sonreír. Sin embargo, ese placer duró poco, porque debía volver con las llaves y reingresar a la sala de espera donde aguardaba mi amiga, que a esa altura de la mañana ya sabíamos que necesitaría ser operada ese mismo día.
El volver a la sala de espera me hizo reflexionar, yo había pasado varias horas en una sala de un hospital y todo ese tiempo no me había dado cuenta del mal olor o quizás me había acostumbrado; fue cuando salí que me di cuenta del valor del aire fresco y limpio. Creo que en la vida espiritual nos puede pasar lo mismo, tanto tiempo en el pecado nos podemos acostumbrar al mal olor y hacer ese olor el propio, pero la gracia de Dios y su buen aroma nos toca y nos damos cuenta de lo que nos estamos perdiendo y ya no queremos volver a esa sala de espera. Pero como tuve que volver para seguir en la espera de la amiga, transcurrido un tiempo volví a acostumbrarme al olor de la sala de espera, ya no sentía la necesidad del buen olor, así también en la vida espiritual nos puede pasar que el buen olor lo podemos perder por re-acostumbrarnos a un estado más cómodo y menos desafiante. Por eso siempre es bueno ir en busca de las llaves que nos dan la oportunidad de reconciliarnos y abrirnos a la misericordia de Dios.
Generosidad
No todo era mal olor o bromas entre los compañeros de espera en esa sala de emergencias del hospital, también se generaban lazos y grandes momentos de compañerismo y generosidad.
Sentado al lado mío había un joven de unos 35 años, que era cliente frecuente de esa sala de espera y que tenía la habilidad de dormir sentado en esas bancas como si fuese la mejor cama. Por supuesto, sin perder en ningún momento de vista sus cosas que la tenía en una mochila de color verde fosforescente, o la capacidad de saber qué pasaba a su alrededor, increíble habilidad de dormir y estar alerta al mismo tiempo. Ese estar alerta lo hizo ser un hombre generoso y disponible, dos asientos más adelante había una señora que esperaba atención y ya muy adentrada la noche no quedaba batería en su teléfono; elemento esencial para estar ahí, esencial para matar el tiempo y mantener algún contacto con el mundo fuera de ahí. El tener batería en el teléfono celular es algo de primera necesidad en situaciones como esta. Este joven sentado dos asientos más atrás se da cuenta de esa realidad y le ofrece su batería recargada, ella lo mira y con cara de desprecio le dice que no; sin embargo, él insiste en este ofrecimiento y ella lo vuelve a rechazar, con un gesto más amable pero con la firmeza clara de un no. Este joven vuelve a intentarlo y esta vez le agrega que alcanza para dos cargas, ella está vez lo acepta y carga su celular. A la vez que ella acepta el ofrecimiento del joven en situación de calle, ella es llamada para ser atendida y él deja que se lleve su batería. Pasado unos minutos, el joven sale de la sala para ir en busca de una taza de té traída por los voluntarios, ella sale de ser atendida y me entrega la batería para ser entregada a este joven.
Que aprendizaje para todos. Un joven que en su realidad esta atento a las necesidades de alguien más, me recordaba a la Virgen María en las bodas de Cana.
El joven insiste en dar su ayuda a pesar que es rechazado. Al ver esa escena me parecía ver la mano de Dios que nunca se cierra, que nunca se deja de ofrecer aunque nosotros no queramos tomarla. Dios busca caminos para hacernos recapacitar que el compartir vence el miedo al otro. Que las palabras alcanzan para dos, es decir, toma porque se pierde carga si no la usamos como hermanos y hermanas de un mismo Dios. Estoy seguro que salimos transformados de esa situación, porque ella volvió a entregar la carga que no necesitaba, quizás pensando que otro podría necesitarla tanto como ella.
Esta pequeña historia quizás nos pueda ayudar a comprender que los bienes no sobran; sino que pertenecen a otros, que esos otros cuentan con nuestra generosidad de no acumular bienes, dejándolos sin nada, por eso esa noche todos salimos transformados.
Esta historia no termina ahí, mi amiga fue operada, todo salió bien gracias a Dios y ella a vuelto a su trabajo de forma normal.
Álvaro Martínez